Un 23 de diciembre Caro llegó a su casa con la grata sensación de la tarea realizada.
- Listo – dijo a Maxi, su marido, esa noche mientras cenaban-
- Por fin terminé con todo lo de Navidad. Ya compré un regalo para los chicos, tengo un pan dulce para tus padres y otro para los míos. Ya fui al súper, compré los pollos y las gaseosas que tengo que llevar a lo de tu hermana, mañana preparo el salpicón, doy una planchada a…
- Todo bien Caro —interrumpió Maxi del modo más amable posible— pero nos falta un regalo…
- ¿Cómo que nos falta un regalo? —saltó ella atragantándose con lo que estaba comiendo.
- Y… al fin y al cabo, ¿quién cumple años?
- Maxi, mamá cumple el 28, faltan como cinco días. No me apures Maxi.
- El 25 es Navidad… nace Jesús —murmuró él.
- ¡Ah sí! —sonrió ella distendida— ¡Obvio!… ¡pero me asustaste!… Pensé que me había olvidado de un regalo importante…
Fue deslizando estas últimas palabras de a poco, lentamente, dándose cuenta de lo que acababa de decir: “un regalo importante”.
- Sí… claro, es el cumpleaños de Jesús —hizo una pausa mientras recapacitaba—. ¿Qué te parece si mañana vamos con los chicos a la parroquia a confesarnos? Será un buen modo de recibir a Jesús en Navidad… con el alma limpia, así se encuentre a gusto en casa —concluyó señalando su corazón.
Maxi aceptó enseguida, a eso quería llegar cuando ella enumeraba sus preparativos navideños.
Al día siguiente, Caro, Maxi y los chicos acudieron a la parroquia para que cada uno reciba el sacramento de la Confesión.
Caro volvió a su casa más satisfecha aún que el día anterior,
Maxi la había ayudado a no perder la mira. Los preparativos de Navidad no tenían razón de ser, si se olvidaba del regalo más importante: que Jesús pueda nacer en cada corazón.
Fuente: “Huellas Imborrables – Costumbres de la familia cristiana” – Josefina Caprile de García Llorente y Florencia de las Carreras de Silveyra